Me voy a tomar una licencia para comenzar esta entrada.

Aquellos que escribimos sobre viajes, escribimos con la intención de que un lugar, un momento, una experiencia reviva ante nuestros ojos. Aunque también ante los vuestros, mis queridos lectores.

De este modo, estos lugares cobran vida para personas de otras ciudad, países o (con suerte si tienes buena audiencia) de otros continentes. No todo el mundo puede viajar, así que leyendo experiencias como la mía, cualquiera puede adentrarse en un lugar totalmente diferente sin levantarse de su sofá.

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Hoy me encantaría transportaros a uno de los momentos más intensos de mi vida.

Uno de los amaneceres más bellos (aunque se va haciendo difícil elegir porque me he convertido en especialista en amaneceres). Hoy veremos salir el sol junto a un volcán; hoy veremos juntos el amanecer de Erta Ale.

Espero que mis escritos os hagan sentir el calor de la lava, o el rugir del volcán.

Si estáis listos, empezamos.

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ETIOPÍA, DÍA 3: EL DESCENSO DEL VOLCÁN

Este diario de viaje comienza desde el paisaje más espectacular posible.

Me alumbra la suave luz de las estrellas. Vaya ironía, cuánta menos luz artifical iluminando mi libreta, más brillan las estrellas para indicarme por dónde llevar el trazo de mi lápiz.

La noche en el Erta Ale es fría. Qué contraste, ¿verdad?. Mientras a escasos metros tenemos el ardiente calor del volcán latiendo, nosotros tenemos que taparnos con sacos de dormir para evitar el frío.

El viento sopla suavemente, trayendo consigo el olor a azufre y a tierra quemada. A lo lejos, se escucha el murmullo constante del volcán.
Este es uno de esos momentos que se quedan grabados a fuego en tu mente, y en tu corazón.

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Pasar la noche durmiendo al raso, junto al volcán, ha sido una experiencia inolvidable.

Querría romantizar la experiencia y decir que la noche fue inolvidable por lo espectacular que es estar tan cerca de un volcán aún activo; pero no, inolvidable también por los ronquidos de uno de los miembros del grupo. Casi nadie hemos pegado ojo, pero estamos seguros de que él ha descansado a pierna suelta. Jajaja.

Aunque aún es de noche, empiezan a despertarnos.  Ni al más perezoso le duelen hoy estas pocas horas de sueño. Sí. Ha llegado el momento, nos vamos a ver el amanecer del Erta Ale.

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EL AMANECER DE ERA ALE

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Iniciamos el pequeño ascenso de los pocos metros que nos separan de la boca del volcán.

La noche sigue siendo oscura, la luna brilla con fuerza, parece que queriendo competir con la luz del interior del volcán; y casi sin darnos cuenta, aquí estamos de nuevo. Cara a cara con el interior del Erta Ale.

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Poco a poco, el cielo empieza a cambiar.

Primero es un ligero matiz gris en el horizonte, casi imperceptible. Poco a poco se va transformando en un azul suave que va tomando fuerza.

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Con la luz del amanecer Erta Ale parece más pacífico.

El paisaje se vuelve más nítidos: ahora podemos contemplar el negro profundo de la lava solidificada, el rojo incandescente de la caldera y, sobre todo, las formaciones de surcos y grietas que un día fueron lava líquida.

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El amanecer avanza tiñendo el cielo de tonos lilas y rosados.

No podemos evitar caminar hacia el borde de la caldera. El suelo emana calor residual que sube a través de las suelas de los zapatos. Es una sensación increíble. No importa cuántas veces hayamos echado un vistazo al lago de lava, siempre hay ganas de uno más.

El primer rayo de sol cruza la línea del horizonte. Ahora lo vemos todo con claridad. La caldera, que antes era solo un abismo negro iluminado por la lava, ahora muestra las capas de roca solidificada, los ríos de lava antiguos y las columnas de humo que ascienden hacia el cielo.

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Y diría que siento la cantidad de fotografías de esta entrada, pero oye, no todos los días una tiene la oportunidad de presumir de semejante paisaje. Permanecemos allí, al borde de la caldera, unos minutos más en silencio, sintiendo cómo el calor de la lava se mezcla con el frescor de la mañana, antes de marcharnos.

Nuestros guías  de ETT nos informan de que hay que volver para que el calor en el descenso no sea sofocante.

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Con las mochilas a nuestras espaldas comenzamos el camino hacia el campamento base.

El sendero es rocoso, anoche lo notábamos bajo nuestros pies; pero con luz podemos confirmarlo. Está totalmente formado por antiguos ríos de lava que ahora han formado surcos y grietas.

El sol empieza a calentar el día, a ratos sentimos una pequeña brisa que alivia momentáneamente, pero no debemos olvidar que estamos en el  desierto de Afar.

Una de las cosas que más nos encongió el corazón es ver cómo esta zona está repleta de botellas, envases y envoltorios de plásticos.

Muchos de nosotros comenzamos a recolectar algunos de ellos, para tirarlos una vez lleguemos al campamento.

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Con las escasas 4 horas de sueño, el cansancio se deja sentir. Os recomiendo llevar alguna bolsita de frutos secos para este tramos y recuperar energía.

En torno a las 9:00 – 10:00 de la mañana alcanzamos el campamento base. Inesperadamente nos espera un gran desayuno: tostadas con mermelada o crema de cacahuete, huevos revueltos y fruta Sin duda la mejor recompensa después de la caminata.

Recuperamos algo de fuerza porque en seguida nos pondremos de nuevo en marcha, algo más de hora y media en 4×4 por un camino de baches hasta llegar a la siguiente parada del día.

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EL LAGO AFRERA

Comienza el camino de vuelta.

Tenemos que deshacer el camino en coche que realizamos ayer.

Casi dos horas de camino rocoso hasta llegar a la carretera; a través de un terreno polvoriento y árido, rodeado de campos de lava negra y rocas volcánicas. La vegetación es escasa, apenas algunas acacias dispersas que resisten el sol abrasador del desierto de Afar.
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En un determinado momento, nos desviamos del camino y giramos hacia el este. Finalmente, el lago Afrera aparece en el horizonte, como una mancha turquesa en medio del desierto.

Este lago es el que recoge las aguas del valle del Rift (la gran falla que atraviesa de norte a sur el este de África). Además mantiene sus aguas a un nivel constante gracias al aporte de manantiales de aguas termales.

Al acercarnos, vemos que el agua es bastante salada. Está rodeada por salinas que brillan como cristales bajo el sol.

No nos extraña, con las temperaturas que encontramos en esta zona, la casi ausencia de lluevias y la gran evaporación generan esta hipersalinidad. Obviamente no supera al Mar Muerto pero no me extrañaría que se pudiera flotar con facilidad.

Por suerte, el aire es más fresco aquí. Cargado con una brisa ligera que trae consigo un susurro de olas suaves.

Un momento de pausa en medio del vasto desierto.

Eso sí, la temperatura del agua no es nada fresca.

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En la orilla el agua está caliente (muy caliente). Según nos explicaron la alta salinidad del agua produce este efecto de recalentamiento.

Sin embargo, al adentrarse en el lago a algo más de profundidad,  la temperatura es mucho menos alta y el baño puede resultar más refrescante.

Muchos de nuestros compañeros se dan un pequeño chapuzón. En nuestro caso preferimos únicamente pasear por la zona. Si venís y sois de los que queréis probar la sensación de flotar, tened en cuenta que luego os debéis quitar la sal para no ir incómodos el resto del camino.

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EL CAMINO HACIA EL POBLADO

Tras una parada junto al lago, el viaje sigue hacia el pequeño poblado donde pasaremos la noche.

No sin antes hacer una parada para comer. Nos llevan a un «restaurante» bastante precario, hecho con chapas metálicas con ovejas en su interior y no demasiada limpieza; pero tengo que reconocer que fue una gran experiencia comer aquí. Pudimos conocer a otros grupos de turistas y la comida estaba muy buena.

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De nuevo nos ponemos en marcha.

El camino es un sendero de polvo y grava que parece no tener fin, con el sol del atardecer  tiñendo el horizonte de dorado. Después de alguna que otra hora de conducción empezamos a ver a lo lejos las casas de adobe del poblado.

Los lugareños nos dan una bienvenida de lomás cálida y hospitalaria. Nos enseñan la habitación donde dormiremos (una habitación para unas 12 personas). Sin duda esta noche volveremos a tener una banda sonora de ronquidos jajaja.

El alojamiento tiene duchas para quien necesite asearse (eso sí, sin agua caliente, por si os interesa saberlo) y nos dan cena. Tengo que decir que, a pesar de ser una cena muy básica, está todo muy rico.

Al anochecer, la luz de las estrellas llena el cielo. Nos preparamos para dormir, sabiendo que al día siguiente nos espera la travesía hacia Dallol, un nuevo destino en esta tierra de maravillas y extremos.

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Nos vamos a dormir sabiendo que nos espera otra noche de ronquidos, pero mañana visitaremos Dallol y la emoción es incalculable.

Espero que nos acompañéis otro día más.

¡Nos vemos en la próxima entrada!

¡MUCHAS GRACIAS POR LEERME!
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