Las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida son las que nos hacen ser quienes somos, pero también son las que nos harán vivir emociones y experiencias únicas. Cuando planificamos nuestro viaje, aunque no tenía demasiado sentido, decidimos incluir Canadá. Este inicio de ruta ha sido el que nos ha hecho vivir un momento mágico al conocer las cataratas del Niágara. Hoy podemos decir que nos hemos empapado de ellas.
A las 6 y media de la mañana suena el despertador, aunque yo llevaba despierta desde las 5.15h, ¡maldito jet lag!. Tenemos el tiempo justo para prepararnos, aunque lo principal (mirar el mapa, los precios y horarios) ya estaba planificado desde la noche anterior.
Mientras ellas se duchan y arreglan (yo había aprovechado el madrugón) yo preparo el desayuno, tostadas con tomate y aceite de oliva, fruta, zumo y café.
A las 7.15h salimos del apartamento en dirección a la estación Union Station; vamos caminando porque, aunque Toronto es la ciudad más grande de Canadá, las distancias no son excesivas y así ahorramos en transporte público.
Para llegar a las cataratas del Niágara por libre es necesario tomar un tren hasta Burlington y, desde allí, un autobús hasta Niagara Falls.
Llegamos a Union Station con un margen de 15-20 minutos, lo necesario para comprar los tickets y esperar a que salga el andén. Los tickets (incluyendo el tren y el bus) cuestan 38,60$, mucho menos que las excursiones organizadas. El día de nuestra llegada preguntamos y costaban 70$ por persona.
En 4 minutos aparece nuestro andén en la pantalla, así que nos montamos en el tren rumbo a uno de los grandes espectáculos del mundo. Este primer trayecto duró aproximadamente 1 hora y, al llegar a Burlington únicamente tuvimos que salir de la estación; fuera la compañía GO nos llevaría hasta el destino final.
Cuando llegamos a Niagara Falls preguntamos en la estación el precio del bus hasta las cataratas. El precio ida y vuelta por persona eran algo más de 15$ así que decidimos coger un taxi que es más cómodo y, entre tres personas, salía mucho más económico (11,04$)
¡Y por fin llegamos! Aunque el frío es tan horroroso que antes decidimos acercarnos a un Starbucks a por un café y un chocolate (y un muffin), aunque la bromita nos costó 12,62$ a cada una.
Tengo que reconocer que la primera impresión nada más acercarnos no fue todo lo positiva que esperábamos, de hecho Teresa se sintió igual, por suerte María José estaba ahí para decirnos que cogiéramos el barco y que las disfrutáramos desde abajo.
¡Menos mal que rectificar es de sabios y que, a veces, replantearse decisiones te hace vivir momentos maravillosos! A las dos nos parecía que montarnos en barco para acercarnos a las cararatas era una turistada; desde ya os digo que ni os lo penséis, ¡merece mucho la pena!
Nos acercamos a preguntar el precio y, con tasas incluidas, cuesta 29,32$ por persona. María José, que ya estuvo hace 10 años (aunque en la parte americana) nos esperaría, así que nos ponemos en la cola y esperamos nuestro turno.
El rato de espera se pasa rápido entre bromas con el chubasquero, fotos y selfies y el Wifi gratuito (si hay algo que nos gusta de Canadá es esto). Si visitáis el pais en temporada alta, que es cuando más turistas hacen esta excursión, tened en cuenta que la parte trasera izquierda del barco es una de las mejores zonas.
Y ahora sí, vamos a lo que todos queréis saber.
Niágara es un lugar imperdible; un sitio que, a pesar de lo bizarro que resulta el entorno (pronto veréis de lo que hablo), te ayuda a conectar con lo salvaje de la naturaleza y con la aventura que supone vivir y conocer el mundo.
El barco zarpa y comienza a acercarse a una de las cataratas. Verla desde tan cerca es indescriptible, una emoción recorre cada centímetro de tu columna y sólo puedes sonreír y sentirte afortunado por contemplar una maravilla de la naturaleza tan cerca.
Prometo que en ese momento no sabréis si soltar la cámara o disparar cuantas más imágenes mejor. El gran dilema del viajero.
Esta primera cascada es imponente, pero no puede ni compararse con lo que nos espera en pocos minutos. El sonido del agua se vuelve más intenso, es imposible escuchar o sentir el pálpito de tu corazón, aquí solo hay sitio para el latido de la naturaleza, de la vida.
El viento empieza a soplar con fuerza, tanto que parece querer atraparnos y llevarnos a lo más profundo de la catarata para que no nos perdamos ni un centímetro de ellas, aunque el efecto es justo el contrario. Hay un momento en el que los chubasqueros rosados parecen querer escaparse y tenemos tanta agua alrededor que hay que entrar en el barco y descartamos la idea de tomar más fotografías o de vivir el momento. La naturaleza es incontrolable y es mejor resguardarse y verlo desde la distancia.
El paseo dura una media hora aproximadamente y, al finalizar, una sonrisa invade nuestras caras. Ahora sí hemos vivido las cataratas del Niágara como se debe, a su altura y dejando que te empapen de las ganas de más.
Cuando salimos, María José está esperándonos para acercarnos caminando a la caída del agua porque, aunque lo realmente mágico es sentir ese salto al vacío , verlas desde arriba es un auténtico lujo.
Para los amantes de hacerse fotos, además aquí tenéis unas letra si enormes con el nombre del país.
Aunque nuestra primera intención era marcharnos en el bus de las 2, sabíamos que tendríamos que estar hasta las 5 de la tarde sin comer y sin posibilidad de comprar nada, así que posponemos una horita la decisión y nos acercamos a Clifton Hills para almorzar. Y si, cuando os hablaba de lo raro que es el entorno de las cataratas me refería a esto.
Justo a escasos metros se encuentra este parque temático con una gran cantidad de atracciones, casas embrujadas, salas de juegos, tiendas y restaurantes de comida rápida como Rainforest Café, Wendy’s o BOston PIzza.
Lo más llamativo es una noria gigante, desde la que las vistas seguro quitan el habla. Entre las atracciones más demandadas encontraréis el Museo de los Récords Guinness, el Museo de cera Louis Tussauds, la casa de Frankenstein o un minigolf rodeado de gigantescos dinosaurios.
Nosotras comimos en Burger King (adornado con otro Frankenstein gigante) por unos 13$ cada una y, a la salida, buscamos un taxi para volver a la estación de autobuses. Un buen consejo es que no aceptéis tarifas fijas y le pidáis usar el taxímetro. A nosotras nos pedían 15$ por el trayecto cuando realmente nos costó 10,77$.
La tarde se pasa entre el autobús y el tren de vuelta a Union Station, donde llegamos en torno a las 6 o 6 y media de la tarde.
Nuestra intención era recorrer Path, una red de túneles de más de 28 kilómetros donde más de 50 edificios se conectan bajo tierra, aunque viendo que no tenía conexión con nuestra última parada decidimos volver a la superficie, más o menos a la altura del viejo ayuntamiento para verlo por última vez pero en esta ocasión de noche.
Hemos dejado para el final Dundas Square, una plaza en el distrito financiero: es el equivalente (a una escala muy inferior) a Times Square.
Todo el alrededor está repleto de comercios y pantallas gigantes para recrear el ambiente de Nueva York.
Después de un día repleto de emociones, regresamos al apartamento a cenar y descansar. Aún nos queda un día en la cuidad, aunque lo tomaremos con algo más de relax ya que hoy ha sido intenso.
El resumen del día es muy positivo; a veces replantear una escala y alargarla unos días para visitar esa ciudad merece la pena; además las cataratas del Niágara eran algo que tachar en mi lista de imprescindibles y por fin se ha hecho realidad.
Antes de despedirme os dejo con alguna fotografía más de las 3 para la familia y amigos, que sé que lo estáis deseando.
Como cada día, mil gracias por leernos y seguirnos. ¡Mañana mucho más!