Viajar te permite valorar momentos del día a día que, en una situación normal no disfrutamos. Ya en Bagán decidí dejar atrás la pereza y madrugar para contemplar lo bella que es la naturaleza y los regalos que nos hace cuando decidimos aprovecharlos.

Hoy me espera el puente más antiguo de teca del mundo; y un amanecer que me dejó sin palabras. Pero también os cuento las dificultas que conlleva viajar en un país donde el idioma no es común.

Todas estas vivencias son las que crean un viaje único y recuerdos dignos de ser contados.

Empieza mi séptimo día de ruta y hoy me espera un espectáculo natural maravilloso.

Me despierto muy muy temprano, me doy una ducha y arreglo y bajo a la recepción, donde un taxista nos recogerá en torno a las 5 de la mañana para acercarnos al puente de U- Bein.

La noche anterior habíamos acordado con él, después de que nos llevase desde el restaurante hasta el hotel, el precio por la ruta. Imanol se sumaría a nosotros, y había llegado a nuestra recepción así que allí estábamos todos esperando a que nos recogiese. El taxi nos costaría 16.000 kyats a compartir entre 4.

Llegamos al puente y tengo que reconocer que me sentí algo decepcionada, el cielo tenía un color que no dejaba adivinar lo que minutos después mostraría.
A eso había que sumarle la suciedad que encontramos nada más bajarnos del taxi.

Empezamos a caminar, buscando la mejor localización para tomar fotografías mientras el cielo empieza a iluminarse, aunque aún tiene mucho por mejorar.

Al ser una zona con agua es importante que llevéis repelente de mosquitos ya que pican bastante por aquí y, después de esta pequeña introducción ¿Qué os parece si entramos en materia?

Aunque U – Bein no es la estructura más robusta del mundo, sí que es considerado el puente de teca más largo del mundo con 1,2 kilómetros de longitud.

Fue construido en el año 1850 y sigue utilizándose en la actualidad por la población birmana para cruzar el lago, además de ser uno de los lugares que más viajeros visitan en toda Myanmar. Sobre él no circulan ni coches ni scooters, por lo que podréis tomar unas fotografías preciosas cuando veáis a los monjes atravesarlo. A ambas orillas hay templos budistas, por lo que es bastante frecuente verlos cruzar.

Se encuentra en la ciudad de Amarapura, sobre el lago Taungthaman y, si os preguntáis por qué recibe este nombre, es por el alcalde que encargó su construcción, U Bein.

 

La estructura en sus orígenes fue construida con la teca recuperada de un palacio cercano traída por elefantes y, aunque alguno de los pilares se han sustituido por cemento, la mayoría de los originales de madera permanecen en su lugar dándole al puente la apariencia que luce actualmente. Son 1089 los pilares que lo conforman, por si alguno tiene la curiosidad.

La luz empieza a cambiar y también empiezan a cruzar los primeros madrugadores permitiéndonos tomar imágenes como las que veis a continuación.

Siguiendo con la historia del puente, fue en 1852 cuando, tras la segunda guerra anglo birmana, el tesoro real se vio empobrecido generando la escasez que provocó que el rey Mindon Min reutilizara los materiales de las estructuras de Amarapura para embellecer Mandalay.

El puente se eleva cuatro metros sobre la superficie del lago y consta de cinco zonas cubiertas donde protegerse del sol y de la lluvia. Abajo ya empiezan a circular también algunas birmanas (ya sea en moto o bici) levantando el agua a su paso y creando postales preciosas.

 

Va cambiando la luz y ya empieza a adivinarse el sol saliendo por el horizonte, en este momento decidimos separarnos para tomar fotografías diferentes, capturando así toda la belleza del puente desde diferentes puntos de vista.

En mi caso, preferí quedarme abajo, al ser temporada seca parece mucho más alto así que esperaba las fotografías salieran increíbles. Si viajáis tras las lluvias del verano, el agua del lago prácticamente chapotea bajo las tablas por lo que quería aprovechar esta altitud para retratarla.

Por fin el cielo se tiñe de naranja y el sol deja de esconderse, sin duda la decepción inicial que sentí deja paso al asombro. Obviamente comparar amaneceres no sería justo, pero tras ver la salida del sol en Bagán, esto no decepciona en absoluto. El madrugón bien mereció la pena.

 

 

Cuando termina de salir el sol, Nico y Andrea se marchan ya que tienen que coger un vuelo, pero nos reencontraremos en el Lago Inle. Imanol y yo aprovechamos para acercarnos a la parte inferior del puente para ver a la gente pescando.

La verdad es que contemplar cómo preparan las redes, caminan dentro del agua moviéndolas para atrapar a los peces (especialmente un pez muy preciado llamado tilapia) y después saliendo y guardando los peces en cubos fue increíble. Es toda una experiencia.

Nos despedimos de este primitivo y vetusto puente que aún se mantiene en pie (espero que por muuuuuuchos años más) con mucha más gente recorriéndolo. La imagen es de auténtica belleza, los tonos rojizos perfilando la madera sobre extensos prados en el agua crean uno de los paisajes más fotogénicos de todo el país y que nos transporta a la Birmania más tradicional.

 

Cuando llegamos al hotel reservamos el billete de bus rumbo a Kalaw, en total 10.000 kyats. Vendrían a recogerme a las 5 de la tarde al hotel, así que aprovecho para visitar algo más de Mandalay.

 

Pensando que estaba más cerca, voycaminando hacia el Palacio Real de Mandalay. Sin duda una decisión errónea, en el mapa parecía que no serían más de 20 minutos (incluso en el hotel nos dijeron que no sería mucho más). ¿La realidad? Más de 1 hora caminando bajo un sol abrasador, con mucho cuidado debido al tráfico y a la falta de aceras.

Después de taaaaaaaaaanta caminata el color rojo intenso del Palacio Real me da la bienvenida.

 

Hace poco leí que al Palacio Real lo detestas o lo amas. Tengo que reconocer que yo soy del primer grupo. Pero antes de explicar más, os contaré su historia.

El rey Mindon, penúltimo rey de Birmania y fundador de Mandalay, un erudito de su época trasladó de nuevo la capital del reino a un lugar diferente al que eligió su predecesor. En 1856 propone un cambio de su palacio de Amarapura e inicia la construcción de un nuevo palacio un 13 de febrero de 1857. Algo más de dos años después se terminan los fosos, se fundan las murallas y se termina oficialmente. Éste se convierte así en el lugar de residencia de la última monarquía birmana.

 

Durante la Segunda Guerra Mundial, el palacio sufre varios bombardeos y queda dañado, por lo que fue necesaria una labor de restauración, siempre siguiendo el diseño original, aunque empleando materiales modernos, ya que el palacio estaba realizado en madera de teca.

El recinto ocupa un espacio de 413 hectáreas rodeadas por 4 muros de 2 kilómetros cada uno, formando un cuadrado perfecto. A nuestra entrada debemos dejar nuestro pasaporte y nos darán un pase de visita. El problema viene cuando en casi todo el recinto interior está prohibida la visita ya que es un área militar, por lo que el turismo está prohibido y debemos conformarnos con la antigua residencia real. Al tener la entrada comprada desde el día anterior, en conjunto con las visitas que realizamos, no nos importó visitar el Palacio, pero la entrada por sí sola es cara para lo que supone realmente la visita. El recorrido, que debe hacerse descalzo no dura más de una hora en la que veremos algunas de las dependencias del antiguo palacio y algunos objetos como la cama y figuras de los antiguos reyes.

 

¿Mi opinión sobre la visita? Creo que, al tener tiempo libre y la entrada ya comprada, no estuvo mal, pero de no ser así hubiera prescindido totalmente del Palacio. El interior no es demasiado bonito y son muy desagradables, intentamos alquilar unas bicicletas y comprar algo de comer y no nos dejaron, además de contestarnos con cierta bordería.

 

A la salida aprovechamos para comer en uno de los mejores sitios en los que he comido en Birmania, Café City, prácticamente frente al palacio.

 

Desde fuera no parece un sitio en el que apetezca entrar a comer pero una vez entras..

 

La cosa cambia totalmente. Música country, sillones de cuero rojo, carteles antiguos y mucha madera dan ambiente a este restaurante que ofrece unas hamburguesas exquisitas. Vale, puede parecer un sacrilegio comer hamburguesas en Myanmar, pero ya llevo muchos nodles a las espaldas y aún nos quedan muchos más así que viene bien un descanso. El precio de la comida fueron 5.500 kyats.

Vuelvo al hotel en torno a las 4 y 15, esta vez en taxi, por 3.000 kyats.

No me apetece pasar más calor ni caminar demasiado así que el taxi es la mejor solución. Aún falta para que vengan a recogernme pero aprovechamos para conectarme a internet, mandar fotografías a la familia y reservar el hotel de Kalaw, ya que llegaré de madrugada.

Una pequeña furgoneta viene a buscarme por otros 3000 kyats y me acerca a las afueras de la ciudad, desde donde saldrá el autobús.

No me atrevo a llamarlo estación ya que no era tal cosa, aunque todos los autobuses salían de ahí. Después de una hora y media de retraso, en la que charlo con otro monje sobre cientos de cosas, por fin llega el autobús.

 

Uno de los propósitos de mi viaje era convivir más con los locales, así que en un acto de valentía decido evitar los buses turísticos donde viajan normalmente los turistas como yo y tomo un bus local.

Después de vivir la experiencia, ahora entiendo por qué hay dos tipos de autobuses. En cuanto al autobús no hay demasiada diferencia a los que tomé los días anteriores pero los birmanos no están acostumbrados a viajar y, prácticamente desde el minuto 0, empiezan a vomitar. A esto hay que sumarle que van escupiendo vetel en bolsitas. Imaginad un viaje desde las 6 de la tarde hasta las 3 de la mañana escuchando cada cinco minutos a alguien vomitar, a lo que hay que sumar el olor. La experiencia no fue demasiado agradable.

Aunque a esto hay que sumarle algo más. En torno a las 4 de la mañana me despierto preocupada porque ya deberíamos haber llegado. El autobús para en un pueblo y me acerco al conductor preguntando si esa es mi parada. Pues bien, al chico del bus se le olvidó avisarme de que habíamos llegado a Kalaw, así que nos pasamos varios kilómetros y tuvimos que deshacer el camino buscando un taxi a las 3 de la mañana.

Después de varias discusiones con el conductor, me ofrecen una moto para llevarme a Kalaw, a lo que me niego rotundamente. Le pido que el autobús de media vuelta o venga un taxi a por mi. El autobús continúa su marcha pero no da media vuelta. Imaginad mi cara cuando veo que sigue su ruta.

A los pocos minutos vuelve a parar y me ofrece la misma solución y vuelvo a negarme. Por fin aparece un pseudo taxi y me dice que me llevará a Kalaw pero que yo debo pagar el trayecto.

Obviamente vuelvo a negarme, el fallo ha sido de la compañía que en ningún momento avisó de que habíamos llegado así que no nos haremos cargo de ese pago. Después de varios minutos de discusión, por fin acceden a pagar el taxi.

Imaginad la situación, 4 y media de la mañana, parados en mitad de la nada y rodeados de bidones con fuego y gente a su alrededor calentándose las manos (y creédme que suena mejor de lo que era) y un hombre que decía que me llevaría al hotel aunque su coche no era un taxi. Finalmente acepto, ya que no tenía otra opción así que no lo pensé demasiado.

Llego súper tarde al hotel, muerta de cansancio y con un frío tremendo, así que me marchamos a dormir sin poner el despertador temprano. Me merecemos descansar y olvidarme de madrugones por un día.

Sin duda el día ha sido muy intenso, pero mañana la ruta da un pequeño descanso para preparar el  trekking rumbo al Lago Inle.

Espero que estéis aquí para acompañarme en mi próxima entrada y tramo de viaje. Muchas gracias por leerme.

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