Entre niebla y piedras centenares se alza la Montaña Joven. Altiva, poderosa, desafiante ante los que sueñan con conquistarla, al principio se muestra reticente y nos hace pensar que jamás la conseguiremos, pero para aquellos que son tenaces pronto se deja querer y nos regala un amor fugaz pero de los que dejan huella de por vida.
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¿Cómo será Machu Picchu? ¿Impresionará realmente en directo o después de ver tantas fotografías no sentiré esa «magia» que dice sentir todo el mundo? ¿Es tan dura la subida a Huayna Picchu? ¿Conseguiré llegar a la cima?
A las 3 y media de la mañana los nervios me impiden dormir ni un minuto más y, aunque hemos dormido pocas horas, me siento con más fuerzas y ganas que el resto de días. Sé que es lo típico que se suele decir y que no soy la primera cuya mayor ilusión es visitar Machu Picchu, pero lo cierto es que es así y que es inevitable sentir mariposas en el estómago.
Nos preparamos y damos una ducha y guardamos en la mochila lo estrictamente necesario: los chubasqueros, crema solar, gorros, antimosquitos, pañuelos, las cámaras, dinero y pasaportes, las entradas a Machu Picchu, gafas de sol y los medicamentos necesarios (ibuprofeno y fortasec). Desde ya os recomiendo que hagáis lo mismo, especialmente si tenéis pensado subir a Huayna Picchu, porque a los 5 minutos de ascensión la mochila empieza a pesar más y más hasta que parece que llevas 20 kilos, así que lo que no os sirva ¡fuera!
Nos acercamos a la zona de restaurante para tomar el desayuno intentando evitar comer cosas que no nos puedan sentar bien porque al tomar Fortasec para evitar la gastroenteritis que sufrí los primeros días, he conseguido una infección de estómago que me acompañará hasta el final del viaje. También tomamos mucho mate de coca y hacemos un par de bocadillos para el camino. Cuando tenemos todo listo, preguntamos en el hotel si pueden guardarnos el resto de nuestro equipaje (la ropa sucia y objetos de aseo) y nos dirigimos a coger el bus que nos llevará a la ciudad inca.
Al contrario de lo que pensamos, hay una cola enorme tanto para comprar los billetes de autobús como para acceder a él. Teníamos la esperanza de que, al ser temporada baja, esto no fuera así pero la belleza de Machu Picchu no entiende de climas y atrae a centenares de personas sin importar que llueva o luzca el sol.
Decidimos dividirnos las tareas y, mientras Nacho se pone en la cola para comprar los tickets, yo hago lo propio en la fila para subir al bus. A pesar de que únicamente tiene delante a 10 personas (y yo como a unas 60) su espera se demora más debido a que la taquillera tarda casi 10 minutos para atender a cada uno. Empieza a llover, pasa el tiempo y empiezo a sentirme disgustada, si no nos damos tiempo no veremos amanecer arriba. Después de que mi cola se complete hasta en 3 ocasiones por fin atienden a Nacho y mientras esperamos a que suban las últimas personas compramos una botella de agua y otra de una bebida energética y chicles (cuando llegamos a Cuzco me quedé afónica y tenía una tos horrible, y los chicles de menta me ayudaban a calmarla) y finalmente subimos al bus. Los tickets de autobús son excesivamente caros para el servicio que ofrecen, 24$ por persona por un trayecto de ida y vuelta de unos 30 minutos (algo más si llueve). Al parecer estas empresas son privadas y prácticamente se eligen a dedo. Me gustaría pensar que gran parte del dinero se destina a la conservación de Machu Picchu, pero sinceramente tengo mis dudas de que sea así.
En el autobús se respira nerviosismo, nadie habla y, al mirar las caras del resto de pasajeros, no puedes evitar verte a ti mismo reflejado, todos compartiendo una misma ilusión y con una expectación que nos unía a pesar de no conocernos de nada. Todas esas preguntas que llevan rondando mi cabeza desde que tenía 13 años, son las mismas que surgen en las del resto. No se oye ni una palabra, mires a quien mires lo ves pendiente de la ventana por si consigue ver el espectáculo que minutos después presenciaríamos. Cada minuto que pasa es más emocionante que el anterior y tengo que contener las lágrimas en un par de ocasiones, sólo por la vergüenza de llorar antes de tiempo.
Cuando para el autobús, la sensación es indescriptible. Aún no hemos visto nada y ya estoy que me subo por las paredes. Aprovechamos para ir al baño (los baños están fuera del recinto y cuesta 1 sol acceder a ellos; por cierto, con la entrada sólo podréis acceder a Machu Picchu 3 veces en el mismo día, así que intentad tenerlo en cuenta para evitar sorpresas desagradables) y nos ponemos en la cola para acceder (es obligatorio llevar pasaporte y la entrada, sino no os dejarán entrar) y fuera conocemos a una pareja gallega con la que empezamos a planificar contratar un guía y así compartir gastos, pero al entrar nos damos cuenta de que nosotros tenemos el primer turno para subir a Huayna Picchu y ellos el segundo.
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Accedemos y el miedo me invade. Había leído cientos de anécdotas sobre el ascenso a Huayna Picchu, lo peligroso que puede resultar y que es necesario estar en muy buena forma física para llegar. En mi caso esto jugaba en mi contra, en Junio sufrí un accidente de moto y como consecuencia tuvieron que darme 30 puntos en una pierna a los que se suma casi un mes en la cama, más casi otro con muletas. Llevaba sin hacer ejercicio medio año y, aún así, quería intentar el reto de llegar a la cima. Mientras en mi cabeza se repite la idea de abandonar la idea de subir incluso antes de intentarlo, y sino probar unos metros y dar la vuelta en caso de no ser capaz, llegamos al interior y mi mente olvida todos esos miedos. Ante nosotros se muestra la ciudad perdida de los incas.
Son las 6 y 15 de la mañana, y la niebla cubre el empedrado de la ciudadela, el sol aún no se ha decidido a salir y las llamas se paran en seco mirando todas al mismo horizonte, como si de un ritual para saludar al nuevo día se tratase. El silencio inunda el inmenso espacio que se muestra ante nosotros, nadie se atreve a hablar para evitar romper la magia que nos envuelve. Estamos en Machu Picchu, el sueño que parecía tan difícil de cumplirse se hace realidad y es imposible no emocionarse ante un lugar que permaneció oculto durante siglos por las montañas y la vida de la selva y que hoy podemos visitar, adentrándonos en una cultura ancestral.
Nos dirigimos al punto de acceso a Huayna Picchu con tristeza de dejar esa imagen, sabemos que cuando descendamos no se verá igual, pero se acerca el plato fuerte del día y no queremos llegar tarde. Quizás a algunos no les suene el nombre de Huayna Picchu, pero de sobra la conocéis, es la montaña que se suele ver tras la ciudad inca.
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De nuevo empieza a lloviznar pero no nos importa, firmamos el registro de entradas (fui la número 13 en entrar, tengo suerte de no ser supersticiosa con este número) y comenzamos la aventura. Este registro es lo que mucha gente asocia con el contrato donde eximes de toda responsabilidad al recinto, no puedo afirmar que sea así porque no lo explican, lo que sí puedo afirmar es que debes escribir tu nombre y apellidos, nacionalidad y DNI y la hora exacta en la que inicias la subida.
Huayna Picchu tiene un acceso restringido a 400 personas en temporada baja divididos en dos turnos y es necesario «reservar la plaza» comprando los billetes cuando adquieres el de Machu Picchu, por lo que tengo entendido no se pueden comprar in situ, y mucho menos en temporada alta donde incluso aumentan el número de personas que pueden acceder debido a la enorme afluencia.
A la hora de elegir turno no sabría bien qué recomendaros porque ambos tienen algo positivo y algo negativo; el primer turno, que es el que escogimos nosotros, tiene el handicap de la niebla una vez que llegas a la cima, no podréis disfrutar de unas vistas tan impresionantes como lo hacen los que eligen el segundo turno. Lo negativo de este segundo turno es el cansancio, normalmente la gente llega a Machu Picchu a las 6 de la mañana y hasta las 10 no se asciende; son 4 horas donde recorres la ciudadela y te cansas, y la subida necesita de toda tu energía; el primer grupo, al contrario, llega con las pilas cargadas y con más fuerza para subir sin problemas.
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Antes de ascender bajamos entre 5 y 10 metros de escaleras y la gente empieza a confiarse, pero a mi no me gusta nada: esos metros que estamos descendiendo hay que volver a subirlos. Y ahora contesto a la pregunta que todos os hacéis en lugar de esperar al final del relato ¿es tan duro como dicen? ¿realmente pones en riesgo tu vida? Si y no. Durante los primeros cinco minutos iba diciendo: «Qué exagerada es la gente, si esto es así está chupado», creo que al minuto 6 ya me estaba arrepintiendo de mis palabras. Siendo realistas subir no es peligroso si sigues las indicaciones y no pisas donde no se debe, el problema viene en el agotamiento que supone. Hay tramos donde las escaleras facilitan el camino, pero otras zonas son piedras que debes ir «escalando».
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Mi subida empezó conmigo llevando una camiseta, un jersey y un chaquetón al que añadía el chubasquero cuando la lluvia apretaba, a los pocos minutos me sobraba toda la ropa, incluso prescindí del chubasquero ya que la lluvia refrescaba bastante. A los 20 minutos de caminata mi cabeza y mi cuerpo me pedían a gritos sentarme, y a la familia que venía con nosotros les pasaba igual, a todos menos a mi chico que iba animándonos a todos y poniéndonos metas, cuando subíamos x minutos podíamos hacer un minidescanso y beber y así coger fuerzas para continuar. En estas cosas hay mucho de fuerza mental y, pese a que tuve esa mini crisis, pensé que si otros pueden hacerlo yo no era menos y saqué fuerzas para continuar.
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Si tuviera que dar algún consejo para los que tengáis en mente seguir mis pasos sería que llevéis bebida y vayáis dando pequeños sorbitos cada poco tiempo, que evitéis hablar demasiado para no cansaros más, que el calzado sea apropiado para la caminata y, sobre todo, que confiéis en que se puede y el claro ejemplo soy yo. Sea cual sea vuestra forma física seguro que es mejor que la de una chica con la pierna «pocha» y que lleva 6 meses sin ejercitarla, así que ¡ánimo valientes! En el trayecto disfrutamos de imágenes increíbles, parece que escalamos para llegar al mismísimo cielo y poco a poco vamos dejando a las nubes bajo nuestros pies. Ya sólo nos queda el último obstáculo para coronar la cima, una estrecha cueva por la que se debe pasar (y sí, es obligatoria) y..
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¡Lo conseguimos! Aún hoy no tengo palabras para describir la sensación que se siente al asomarse al vacío, al saber que has cumplido un sueño y un reto personal. Sinceramente, creo que hay dos tipos de personas: los turistas y los viajeros; los que nos consideramos en el segundo grupo creo que me entenderán cuando digo que un viaje no se hace por visitar el sitio, sino por estos momentos, por esa vivencia que nos hace sentir especiales pese a que miles de personas hayan recorrido tu mismo camino y fundamentalmente, por ese escalofrío que nos recorre al olvidarnos del resto del mundo y conectar tanto con un lugar que nunca ha sido tuyo y puede que nunca más lo sea, pero que en instante te pertenece.
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Aprovechamos que mucha gente sigue en la cima y bajamos un par de metros para tomar algunas fotografías que den veracidad a nuestra hazaña, ¡no todos los días subimos casi 500 metros en un lugar así! y del sitio que nos rodea. Y entonces llega el momento que más disfruté del día: guardamos la cámara, nos sentamos en silencio y dedicamos una media hora a deleitarnos de lo que el mundo tiene por ofrecer. No sé qué buscarían los incas al crear una construcción de este calibre en este entorno, pero creo que cuando llegaran al mismo punto donde me encontraba debían sentir algo similar.
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Empieza a llegar demasiada gente y a las 10 debemos estar abajo, así que iniciamos el descenso dejando atrás un trocito de nosotros pero llenándolo de recuerdos inolvidables. Y aquí quizás es donde más peligroso se hace el camino, debemos bajar por escaleras donde el pie no entra ni pisando de lado y al final sólo ves el vacío. Este tramo debe tomarse con calma, pensando bien dónde poner el pie y agarrándote a las piedras y a las cuerdas en los tramos que haya.
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A los pocos minutos llegamos a otra construcción, de nuevo al borde de la nada y con unas vistas igual de increíbles, sin duda este es el paraíso para los que amamos la fotografía. No apetece seguir descendiendo porque ahí arriba te sientes más fuerte, más poderoso y sin nada que se te resista. El resto de la bajada no fue tan agradable, pero no por la dureza ni por lo que pudiera costar llegar abajo, sino por el grupo de coreanos que llevábamos delante y detrás. Jamás en mi vida he encontrado turistas tan desagradables y con tan poca educación. En tramos tan peligrosos intentaban adelantarte y no les importaba empujarte, aún pudiendo provocar una caída, a pesar de estar totalmente prohibido por ser un lugar sagrado, gritaban molestando al resto de visitantes, se cruzaban en tu camino sin importarles si te golpeaban o te molestaban.
Pero, a pesar de ese momento tan desagradable y que enturbia un poco nuestra visita, llegamos abajo. Por el camino nos cruzamos a los primeros aventureros del segundo grupo, muchos con miedo, y la mayoría te pregunta lo mismo que horas antes nos martirizaba a los que pisamos de nuevo «tierra firme». En ese momento no volveríamos a subir por el cansancio, pero no podemos evitar sentir cierta envidia, están a punto de vivir instantes irrepetibles.
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Volvemos a firmar en el registro que indica que todo ha ido bien y no tienen que ir a buscarnos y a la salida no podemos evitar buscar con la mirada en esa «Montaña Joven» el camino que seguimos para coronarla.
Para todos los que dudéis si subir o no, os digo que no os dejéis vencer por el miedo a no ser capaces o por las grotescas historias que se leen en algunas publicaciones. Huayna Picchu es seguro si seguís el camino marcado y no sobrepasáis esos límites y se puede llegar a la cima sin necesidad de ser un gran atleta y el esfuerzo bien merece la pena.
Machu Picchu nos espera ahora, pero esa es otra historia que os contaré en el siguiente post para no alargar este demasiado. ¡No os lo perdáis!
Wow!!! Sin duda de estos hitos viajeros que todos te quedan en mente. Seguimo sin visitar Perú y este año ya tenemos cerrado los vuelos para otros destinos, o sea que…tendré que esperar…
Ves la subida difícil para un niño de 8 años?
Un abrazo!
No sé qué decirte, depende del deporte que esté acostumbrado… Cansa bastante la subida pero también podéis ir a un ritmo más lento y haciendo paradas para que él descanse; sino siempre podéis dar la vuelta si él no se ve capaz, pero es lo que he escrito en el relato, si yo llegué con mis problemas físicos, no creo que un niño que esté acostumbrado a correr y saltar no pueda hacerlo.
Lo que sí os recomiendo es que si decidís subir no le quitéis ojo en ningún momento, por que el descenso es peligroso. Si es un niño tranquilito y que hace caso, si que podría, si es un culo inquieto como se dice en mi pueblo no lo recomiendo para nada.
De todas formas mirad bien a la hora de comprar la entrada porque puede que no permitan el ascenso a niños. De hecho no recuerdo haber visto a ninguno en nuestra subida.
Espero que cuando por fin vayáis lo disfrutéis, a nosotros nos encantó y es un viaje que recomendaría a todo el mundo. Y sobre todo, muchas gracias por comentar!!!