Cuesta abajo se amontonaban los edificios en una confusa disposición de terrazas unidas entre sí como mínimo por cien escaleras. Era evidente que aquel santuario, tan bien conservado, no había sido nunca hollado por la bota de un conquistador. Comprendí que el Machu Picchu podía ser muy bien la ruina más extensa y más importante de América del Sur descubierta desde la llegada de los españoles.» Hiram Bingham.
Huayna Picchu nos dejó un buen sabor de boca, de los difíciles de olvidar y casi imposibles de superar y tenemos cierto miedo a que, después de una experiencia tan mágica, Machu Picchu no esté a la altura.
Sí, el viajero a veces es demasiado arrogante y creemos que ya lo sabemos todo sobre ese lugar que visitaremos, y que ya no nos hará sentir lo mismo que algo desconocido. Tanto si seguís leyendo esta entrada, como si en un futuro viajáis a Machu Picchu, comprobaréis que es una estupidez pensar así. Dudar de un lugar así es casi un sacrilegio, y aún no he leído una sola opinión que diga que se ha decepcionado tras su visita. No creo que haya un lugar en el mundo que se pueda comparar con este, con las sensaciones que allí se viven y con el misticismo que te envuelve una vez llegas, pero vayamos por partes.
Nada más descender de la montaña decidimos buscar un guía para recorrer la ciudad, Machu Picchu es enorme y queremos que nos expliquen cada pedacito con detalle. Tras unos minutos esperando a que bajara algún español más y así compartir los gastos del tour, y ver que ese día el público español brillaba por su ausencia, optamos por contratar un tour privado.
A los dos minutos llega un guía que venía acompañando a una chica que iniciaba su ascenso, le preguntamos si nos haría de guía y sus precios y nos dice que vayamos fuera a buscar a otra pareja más para completar el tour; a nosotros nos viene de lujo ya que queremos salir e ir al baño y comprar algo de comer y beber.
En todas las páginas veréis que en Machu Picchu está prohibido el acceso tanto de bebidas como de comida, pero a nosotros (y creo que a nadie) no nos registraron así que aprovechad y llevad comida y bebida, porque en el recinto es excesivamente cara. Compramos un mini croissant en la cafetería para compartir por 7$ y un par de botellas de agua porque, aunque el día amaneció algo lluvioso, nada más bajar de Huayna Picchu el sol salió y con fuerza, permitiéndonos así disfrutar mucho más nuestra visita. También usamos este tiempo de descanso hasta que el guía encontrara a más gente para timbrar nuestro pasaporte (es totalmente gratuito y el puesto se encuentra nada más entrar, a la izquierda, justo al lado de la consigna que hay en el interior) y para dejar una de las mochilas, dejamos lo básico en una y guardamos el resto en la otra.
Hay un dato que debéis tener muy en cuenta, hay dos consignas en Machu Picchu: una fuera, junto a los baños, y otra en el interior. Sólo la interior pertenece al recinto, la de fuera es privada, por tanto los precios son diferentes. La de fuera cuesta 3 soles dejar una pertenencia, y si le preguntas por la otra consigna te dirán que no hay ninguna, que ellos no tienen constancia de ella. Totalmente falso todo, la consigna interior está a tres pasos del acceso y el coste por dejar tu pertenencia es de 1 sol. No dejéis que os engañen con estas cosas, es cierto que 2 soles no nos salvan de pobres, pero molesta mucho que tripliquen el precio y «se hagan los locos» cuando les preguntas por la otra.
Nuestro guía no encuentra a nadie, así que nos hace un precio especial ya que sólo seremos dos y, como durante todo el viaje hemos hecho, le decimos que pagaremos al finalizar el tour, ¡y menos mal que hicimos esto!, aunque no os desvelaré nada aún. Con todo listo, volvemos a entrar al recinto ¡vamos a recorrer la ciudad perdida de los incas!
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Actualmente sigue sin saberse el motivo por el que se construyó Machu Picchu, ni su función, ni por qué fue abandonada; existe la teoría de que, viendo los saqueos y destrozos cometidos por los españoles en otras zonas, decidieron ocultar este tesoro de los bárbaros españoles.
De hecho, se sabe con seguridad que destruyeron los caminos que llegaban a Machu Picchu con este mismo fin. Sólo algunos locales conocían la existencia de la ciudad y, con los años, pasó a ser una especie de leyenda urbana hasta que el explorador Hiran Bingham la resucitó de la nada.
Bingham era un estadounidense de familia adinerada que estudió en Yale, donde años después dio clases. Gracias a la ayuda de estudiantes adinerados, financió una expedición a Perú para iniciar la búsqueda de Victos, la ciudad inca donde vivieron los últimos incas tras la conquista española. Para su suerte, y la nuestra, Bingham encontró también los restos de Machu Picchu, pero el mérito no es sólo suyo. Un agricultor de la zona llamado Melchor Arteaga, fue el que narró al investigador las leyendas de que allí existían estas ruinas. Ansioso por comprobar si estos rumores eran ciertos, al día siguiente se dirigieron juntos a la zona aunque con pocas expectativas de encontrarlas. Efectivamente allí se alzaba Machu Picchu y, aunque no eran los primeros en llegar puesto que algunos vecinos hasta cultivaban allí, ninguno era consciente de la importancia que este emplazamiento tenía.
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Empezamos nuestra visita dirigiéndonos a una Huaca, donde realizamos una ofrenda de hojas de coca a la Pachamama y de ahí nos dirigiríamos a la Cabaña del Guardián. No llevábamos ni media hora de ruta cuando nuestro guía nos dice que tiene que recoger a unos chicos que se nos unirían y que si podíamos esperarle 10 minutos. Nos resultó muy raro ya que antes había comentado que iríamos solos, pero aún así le hacemos caso: las vistas que tenemos son increíbles ¿qué más da esperar 10 minutos en un paraje así? Los minutos empiezan a pasar y Elías no aparece; ha pasado una hora desde que se marchó y no hay rastro de él.
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Entre risas e incredulidad decidimos marcharnos y recorrer la ciudad por nuestra cuenta. Volver y empezar de nuevo suponía perder mucho tiempo y, viendo lo visto, Elías no volvería a por nosotros. Tened esta experiencia en cuenta para vuestra visita a Perú. Jamás, jamás, jamás paguéis por algo antes de tenerlo; si nosotros hubiéramos pagado algo, habríamos perdido el dinero y con tantos guías que hay en el recinto hubiera sido muy difícil encontrarlo y reclamarle. Realmente no entendemos por qué actuó así, si no le apetecía hacer un recorrido tan grande por ese dinero sólo tenía que decírnoslo y lo hubiéramos aceptado y, si no tenía motivo, perdió a dos clientes que incluso iban a darle propina. Nacho tiene la teoría de que se marchó porque yo hacía demasiadas preguntas sobre el lugar y cree que él no sabía responderlas. Sea como sea, Elías, si alguna vez llegas a leer esto, ¡escríbenos para saber que estás bien al menos y que no te perdiste buscando a los otros chicos! ja,ja,ja.
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Mirando atrás a cada paso por si volvía, nos acercamos a la cabaña del Guardián de la Roca Funeraria y nos adentramos en otro mundo. Sin guías turísticos, sin mapas, sin un mísero papel que nos indique qué es lo que vemos nos adentramos realmente en la ciudad, paseamos por sus valles y subimos y bajamos sus infinitas escaleras. La cabaña del Guardián es el punto desde donde consigue el mejor encuadre de Machu Picchu, es un mirador increíble de todo el yacimiento, por lo que tendréis que respetar los turnos para sacar fotos sin turistas delante que estropeen la instantánea.
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Es uno de los pocos edificios que ha sido restaurado con techo de paja, así que en caso de lluvia podréis buscar este punto como resguardo. El camino Inca conecta con la ciudad bajo esta cabaña, de ahí su importancia.
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Empezamos el descenso por las terrazas, sin poder evitar tomar miles de fotografías; estoy segura de que os pasará igual así que no olvidéis llevar las cámaras cargadas al 100% y tarjetas de memoria con espacio suficiente. ¡Nunca tendréis demasiadas fotografías de Machu Picchu!
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Iniciamos el camino a través de las puertas de acceso dirigiéndonos a los baños ceremoniales, un conjunto de 16 baños ceremoniales conectados que descienden en cascada por las ruinas, acompañado de un tramo de escaleras. De aquí pasamos al templo del sol, a a tumba real y la plaza sagrada.
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El templo del Sol se sitúa justo encima y a la izquierda de estos baños y es la única construcción redonda del recinto, se le considera el observatorio solar más importante de Machu Picchu. Tiene, además, dos ventanas para medir el solsticio de invierno y para hacer ceremonias en honor al sol en las que predecían el futuro; la Tumba Real es una roca de cueva natural, casi escondida y labrada por picapedreros incas, justo bajo el templo del Sol. Aunque se conoce como Tumba Real, nunca se ha encontrado en ese punto alguna momia, por lo que su nombre ha generado controversia. La Plaza Sagrada es una zona llana con rocas antiguas que se utilizó como cantera.
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Nuestra siguiente parada es el templo de las tres ventanas, una de las cimentaciones con mayor historia de la ciudad sagrada perdida. Está formado únicamente por tres paredes sobre una base rectangular. Sus muros se construyeron a partir de grandes bloques poligonales de roca maciza, formando un conglomerado de perfectamente acopladas unas a otras. Estas ventanas indican la localización exacta de la salida del sol.
Nos encontramos inmersos en todo lo que vemos, pero no podemos evitar escuchar furtivamente a los guías que van explicando cada parada y no podemos evitar hacernos las típicas preguntas ¿Qué era realmente Machu Picchu? ¿Por qué se encuentra en un lugar tan recóndito? Hay tantas respuestas sin preguntas que ante esta situación es mejor buscar sensaciones y no veredictos.
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El templo principal se sitúa en el punto más alto de la ciudad, es una de las dos edificaciones con mayor significado espiritual de la ciudadela. Tiene una arquitectura similar al templo de las tres ventanas, aunque este tiene rocas más lineales y mejor pulidas, por lo que se cree que aquí se celebraban los rituales sagrados de mayor importancia. Se cree que un movimiento sísmico hizo que algunas piedras de la esquina derecha se desestabilizaran y presentaran su aspecto actual.
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Intihuatana o el «amarradero del sol», como se conoce en quechua se alza sobre una colina en el sector Hanan de la zona urbana, fue diseñada sobre estas laderas para que tomara forma piramidal. Esto fue posible tras convertir las faldas de la colina en terraplenes nivelados formando terrazas y corredores, creando así el aspecto de pirámide. El acceso es a través de dos escalinatas (tanto al norte como al sur de la edificación) Los peldaños de estas escaleras están tallados en los macizos de la colina. Parece ser que la parte superior se utilizaba para predecir los solsticios con los ángulos de la columna que se encuentra en el interior.
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Desde aquí visitamos la Plaza Principal, la más importante debido a sus dimensiones. La plaza da muestra de cómo la sociedad inca seguía a raja tabla la organización de la ciudad en diferentes clases sociales puesto que fue creada para establecer los espacios de la ciudad limitados a los habitantes de cierto status quo.
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Los alrededores de la plaza están rodeados por una estructura rocosa donde se alojan terrazas (aunque no son de cultivo)
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De nuevo vuelve a invadirnos esa nostalgia y curiosidad al pasado, caminando por ese verde tan intenso nos preguntamos qué sentiría Bingham al descubrir este mismo lugar que hoy nosotros pisamos. Si en una situación normal y diaria como es ir caminando por la calle y encontrarnos una simple moneda de 5 céntimos casi nos alegra el día, imaginad descubrir el mayor tesoro de una civilización y una de las maravillas del mundo actual.
Creo que por mucho que os lo intentase contar, no os llegaríais a imaginar lo grandioso que llega a ser Machu Picchu, lo imponente de sus construcciones, la energía que transmite cada roca.. No sé si será cosa de la altitud, de las ganas acumuladas tras más de 13 años esperando respirar este aire pero Machu Picchu crea un climax y una especie de trance muy difícil de recrear. De hecho en esos momentos pensaba: «¿Cómo voy a ser capaz de describirle a mi hermano lo que ven mis ojos, lo que estoy viviendo? Sin duda Machu Picchu no es un lugar de palabras, sino de sensaciones y ensoñaciones. Un lugar que haría creer hasta al más ateo.
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Pasear entre los Aposentos de la Princesa, el Templo del Cóndor, el poste que amarra el sol, te transporta a esos momentos en que los incas invocaban a la madre tierra, a la naturaleza y sus antepasados. A cada paso, Machu Picchu te seduce para sentarte y dejar pasar el tiempo, te invita a mirar desde otra perspectiva y a encuadrar de nuevo esa foto que acabas de tomar para intentar retratar su alma y su magia, la pena es que ni el mejor fotógrafo conseguiría reproducir con exactitud esos detalles que conquistan al turista y al viajero.
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Unos minutos antes de marcharnos, Machu Picchu nos da la mejor despedida posible. Comienzan a caer gotas de agua, no demasiadas para empaparnos, pero sí las necesarias para que dos arco iris crucen el cielo y nos hagan sentir especiales. La ciudad inca se engalana para decirnos adiós. Sólo por ese momento ha merecido la pena los años de espera hasta viajar a Perú.
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Con pena y cansancio volvemos a tomar un autobús camino a Aguas Calientes, el día ha sido intenso pero insuperable y aún nos queda un largo recorrido de vuelta a Cuzco. Volvemos al hotel a recoger nuestras pertenencias y empieza a diluviar. Con los chubasqueros anudados hasta las orejas nos dirigimos a la estación de trenes donde compramos una empanada de pollo y un croissant por 18 soles (os recomiendo la empanada totalmente, están buenísimas) y nos montamos en el tren. Esta vez es imposible aprovechar el viaje para dormir, los revisores van disfrazados y haciendo un espectáculo, además de un pase de modelos para intentar vendernos prendas de alpaca.
Llegamos ya de noche a Ollantaytambo y nos sentimos tentados a coger un hotel y pasar allí la noche, pero mañana tenemos a Cuzco para nosotros y hay que seguir la ruta planeada para no perdernos nada. Nada más salir de la estación de trenes encontraréis transportes para llegar a Cuzco. Nosotros pagamos 10 soles cada uno por ir en una furgoneta de unos 10 asientos.
El camino de vuelta es horrible, adelantamientos, frenazos, velocidad y todo en la oscuridad total de la noche donde no sabes si a los lados hay acantilados o tierra firme (aunque conociendo el camino de ida intuyes que se trata más de la primera opción que de la segunda). Lo bueno fue el cielo que se veía desde la ventana de la furgoneta: miles y miles de estrellas brillando en la oscuridad y poniendo el broche de oro a un día inolvidable.
Llegamos a Cuzco donde cogemos un taxi por 4 soles que nos lleva al hotel. Estamos tan cansados que creo que hasta dormimos con la ropa que llevábamos. El viaje continúa, pero creo que nada podrá compararse con todo lo vivido hoy, por fin cumplimos un sueño, ¡por fin descubrimos, como hiciera en su día Bingham, Machu Picchu!